Recuerdo que, cuando
era adolescente, me sorprendí cuando vi por primera vez a una compañera con
billetera. Eso significaba que poseía
cierta cantidad de billetes en una forma acomodada, práctica y al
alcance de su mano para gastar todos los días en lo que deseara.
Obviamente, que ser
sólo amiga de esa persona no era suficiente, aún con la garantía de las
galletitas en el recreo o las fotocopias fiadas. Uno quiere ser “como” esa
persona y cree que si le reprocha a su papá con el fundamento de “¿Por qué si
ella lo recibe yo no puedo tenerlo?” va a lograr hacer sentir, a su única
fuente de sustento económico, responsable de saciar una “necesidad” al parecer
supremamente importante, sobre todo al presentar pruebas legítimas de la
“desventaja” social que uno presenta en comparación con el otro caso declarado,
es decir, a la compañera que recibe su “mensualidad”.
No es que me queje de
la crianza de mis padres, ni de sus aportes a mi pequeña economía (ya que uno
siempre logra omitir contar sobre los vueltos guardados o canjeados por
caramelos). Pero no sé cómo ni por qué, hoy recordé este reproche, dentro de
tantos miles otros, que he hecho durante mi niñez y adolescencia y… que a veces
sigo haciendo.
Y sí, a veces me
encuentro reprochando a Dios de “¿por qué a otros si y a mí no?” En medio de mi
queja el Señor me llevó a este pasaje en Salmos 114
“Cuando Israel, el
pueblo de Jacob, salió de Egipto, de un pueblo extraño, Judá se convirtió en el
santuario de Dios; Israel llegó a ser su dominio. Al ver esto, el mar huyó; el
Jordán se volvió atrás. Las montañas saltaron como carneros, los cerros
saltaron como ovejas. ¿Qué te pasó, mar, que huiste, y a ti, Jordán, que te
volviste atrás? ¿Y a ustedes montañas, que saltaron como carneros? ¿Y a ustedes
cerros, que saltaron como ovejas? ¡Tiembla, oh tierra, ante el Señor, tiembla
ante el Dios de Jacob! ¡Él convirtió la roca en un estanque, el pedernal en
manantiales de agua!”.
Por más que todas las
evidencias físicas expongan un estado que socialmente no es aceptado o
incomprendido, tales como no poseer una “mensualidad” y poder realizar más de
dos viajes misioneros por año, dar más a misiones que MDF o en un caso
personal poder casarnos y disfrutar una
luna de miel sin gastar fortuna, es indiscutible que frente al “dominio de
Dios”, es decir, nosotros, todo se mueve
y el favor de Dios abre brecha en donde “supuestamente” nunca podríamos entrar.
Una vez más recuerdo
este pasaje en 1 Tesalonicenses 5.18 que dice “Dad gracias en todo, porque esta
es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús”. En los momentos que
parece que no es suficiente y en los que todo sobreabunda.
Vivamos una vida SIN
REPROCHES.
By Catalina Knigge
No hay comentarios:
Publicar un comentario